miércoles, 7 de diciembre de 2016

Patriotismo y nacionalismo: buenas y malas palabras


Los venezolanos somos muy propensos a hablar de patriotismo, nacionalismo y orgullo nacional. La retórica oficial de nuestras  dictaduras y democracias ha incluido estos términos en los primeros compartimientos de su bagaje idiomático. Para nuestros demócratas y dictadores el verbo nacionalizar ha sido considerado como una buena palabra. Los lemas políticos siempre pintan un destino mesiánico. Pérez Jiménez hablaba del Nuevo Ideal Nacional, Carlos Andrés Pérez de la Gran Venezuela, Hugo Chávez de Nacionalismo Bolivariano. Más allá de las palabras, sin embargo, los venezolanos debemos preguntarnos su verdadero significado. ¿Es patriotismo  amar la patria como se ama a un padre o a un hijo, o es lo que nos pide defender los intereses de sus gobernantes? El primer tipo de patriotismo es una honesta emoción que yo comparto, el segundo tipo de patriotismo es lo que el Dr. Johnson llamó el último refugio de los bribones.  Sobre este último tipo de patriotismo George Bernard Shaw decía: “Mientras el patriotismo no se termine no habrá paz en el planeta”.
  Adlai Stevenson definió el buen patriotismo como “un sentido de responsabilidad nacional”. Es el tipo de amor por el país que uno siente por la familia. En línea con esa definición de patriotismo Venezuela es mi gran familia pero no defiendo sus actos cuando ellos sean contrarios a la ética o el decoro. Prefiero actuar como lo recomendaba Andrés Eloy Blanco en uno de sus poemas: el jefe civil del pueblo llevó a la cárcel a su mejor amigo por una falta grave pero, eso sí, todos los días iba a regarle su huerto.
Las ambiciones de la Gran Venezuela de Carlos Andrés Pérez, en ejercicio de un patriotismo y nacionalismo incorrectos,  lo llevaron a despilfarrar el primer gran aluvión de ingresos petroleros que tuvo Venezuela, en la década de 1950. Las locuras de Hugo Chávez, en ejercicio suicida del patriotismo mal entendido,  lo condujeron a despilfarrar el mayor aluvión de ingresos petroleros jamás recibido por la Nación, durante los años de 2005-2012. Detrás de estas dos tragedias venezolanas existió un motor  ideológico,  la falsa creencia de que nuestra Venezuela era un “gran país”, no en términos de cordialidad y bonhomía de su gente – lo cual sería correcto – sino en términos de estar predestinado a “ser grande”, un destino de categoría universal que aguardaba a los “hijos de Bolívar”. Con esa retórica Hugo Chávez se convirtió en el hazmerreír de la región, si no del planeta y, peor aún, arruinó al país. Con su manía de nacionalizaciones, soberanía nacional, dignidad anti-imperialista, liberación de naciones y expropiaciones al sector privado para nutrir un incansable apetito de control, este ignorante, profundamente acomplejado, pretendió encarnar al segundo Bolívar, quien – le decían sus adulantes, citando a Neruda – resucitaba en América cada cien años. “Vengo a completar la obra de Bolívar”, decía incesantemente el pobre diablo.  
Gracias a sus esfuerzos la Venezuela del Siglo XXI  merece nuestra compasión pero no nuestro orgullo. Su signo fundamental es la mediocridad y la ausencia de coraje cívico. Si el gobernante es la medida de la calidad humana de un país, Venezuela, mandada por Maduro, está al nivel de los países más miserables del planeta. Decir esto no es auto-flagelación sino hablar de la realidad venezolana: no hay índice social en el cual no estemos entre los últimos o, simplemente, no seamos los últimos: inflación, salarios, criminalidad, corrupción, gobernabilidad, competitividad. Venezuela es un estado fallido.
Es hora de dejar de usar palabras infladas y adormecedoras y enfrentarnos con nuestra horrorosa realidad. Se impone una rebelión cívica que renueve radicalmente el liderazgo político y social del país, reemplazando la manada existente por ciudadanos decididos a vivir decorosamente. Esa rebelión cívica debe luchar por sacar del poder al régimen miserable, por supuesto, pero también por remplazar la oposición de opereta que está hoy al nivel del régimen fallido, ambos sentados en una mesa de diálogo inmoral. Hoy vemos que esa oposición continúa hablando con dos voces: una, ruge, la otra maúlla. Una habla duro. La otra, la que decide, anuncia una próxima reunión de la mesa para el 13 de enero. Con reuniones mensuales intrascendentes, sin sentido de urgencia, sin dignidad,  una oposición mediocre ve transcurrir los días mientras se sigue muriendo Venezuela.

Sentimos compasión pero estamos lejos de sentir orgullo.    

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Marxismo, Castrismo, socialismo, comunismo, Madurismo, Chavismo=malas palabras.

Anónimo dijo...

Yo lo dije.

Habia que ver a Oswaldito Cisneros metiendo mil millones en la faja

Ese sabia desde el principio que Maduro estaba atornillado hasta el 2018.

Y lo peor es que la candidata del chavismo/mudismo enchufado esta casi lista.

Nos jodimos, bien jodidos.